jueves, 24 de mayo de 2007

X

descortezas la nieve amanecida

sólo el frío ardido en la garita de las ortigas

ménsula luz:

ensogas el olvido



Antonio Rodríguez

jueves, 19 de abril de 2007

IX

rielan los gritos metálicos

los augurios solares


el alba se desnuda

por las corolas sanguinas




Antonio Rodríguez

jueves, 15 de marzo de 2007

VIII


las oquedades arden

ubre mendiga

garita menstrual como una espada

el alba deshoja como un grito



Antonio Rodríguez

jueves, 8 de marzo de 2007

VII

El dolor:

peinados los pétalos

en salitre

girasol de barro

hondo

pupila multiplicada

abrevadero solar

-feraz pájaro pistilar-

abovedada luz de leche

hembra

alba.


Antonio Rodríguez

Otro poema antiguo.

miércoles, 7 de marzo de 2007

VI


He dejado descansar tristemente mi cabeza

En esta sombra que cae del ruido de tus pasos
Vuelta a la otra margen
Grandiosa como la noche para negarte
He dejado mis albas y los árboles arraigados en mi garganta
He dejado hasta la estrella que corría entre mis huesos
He abandonado mi cuerpo
Como el naufragio abandona las barcas
O como la memoria al bajar las mareas
Algunos extraños sobre las playas
He abandonado mi cuerpo
Como un guante para dejar la mano libre
Si hay que estrechar la gozosa pulpa de una estrella
No me oyes más leve que las hojas
Porque me he librado de todas las ramas
Y ni el aire me encadena
Ni las aguas pueden contra mi sino
No me oyes venir más fuerte que la noche
Y las puertas que no resisten a mi soplo
Y las ciudades que callan para que nos aperciba
Y el bosque que sé abre como una mañana
Que quiere estrechar el mundo entre sus brazos
Bella ave que has de caer en el paraíso
Ya los telones han caído sobre tu huída
Ya mis brazos han cerrado las murallas
Y las ramas inclinado para impedirte el paso
Corza frágil teme la tierra
Teme el ruido de tus pasos sobre mi pecho
Ya los cercos están enlazados
Ya tu frente ha de caer bajo el peso de mi ansia
Ya tus ojos han de cerrarse sobre los míos
Y tu dulzura brotarte como cuernos nuevos
Y tu bondad extenderse como la sombra que me rodea
Mi cabeza he dejado rodar
Mi corazón he dejado caer
Ya nada me queda, pata estar más seguro de alcanzarte
Porque lleva prisa y tinieblas como la noche
La otra margen acaso no he de alcanzar,
Ya que no tengo manos que se cojan
De lo que está acordado para el perecimiento
Ni pies que pesen sobre tanto olvido
De huesos muertos y flores muertas
La otra margen acaso no he de alcanzar
Si ya hemos leído la última hoja
Y la música ha empezado a trenzar la luz en que has de caer
Y los ríos te cierran el camino
Y las flores te llevan en mi voz
Rosa grande ya es hora de detenerte
El estío suena como un deshielo por los corazones
Y las alboradas tiemblan como los árboles al despertarse
Las salidas están guardadas
Rosa grande ¿no has de caer?



Emilio Adolfo Westphalen


lunes, 26 de febrero de 2007

V

El pétalo que acunaste en la noche

gira, azul, de párpado a párpado en la ceniza.




Antonio Rodríguez

martes, 23 de enero de 2007

IV

"El martes me desperté a esa hora lánguida y desalmada en que la noche de hecho se ha acabado, pero el alba todavía no ha apuntado del todo. Bruscamente despierto, quise correr en taxi a la estación, porque tenía la sensación de que debía emprender un viaje y, sólo al cabo de un minuto y a duras penas, me di cuenta de que ningún tren me esperaba en la estación y que no había llegado la hora de nada. Me quedé tumbado en medio de la luz turbia y mi cuerpo experimentó un miedo insufrible con el que oprimía el espíritu, el espíritu a su vez oprimía el cuerpo, y cada una de mis fibras más menudas se encogía por el temor de que no pasaría nada, no cambiaría nada, no ocurriría nunca nada e, hiciera lo que hiciera, no resultaría de ello nada en absoluto. Aquello era el temor a la no- existencia, el ansia de no- ser, la inquietud del no-vivir, el desasosiego de la irrealidad, un grito de todas mis células ante la escisión, la dispersión y la pulverización que se estaba produciendo en mis adentros. Era el terror a la futilidad y la pequeñez indecentes, el pavor ante la desconcentración, el pánico a la fracción, el miedo a la violencia que sentía dentro y a la que me amenazaba desde fuera. Y, lo que es aún más importante, durante todo aquel tiempo me acompañaba sin separarse de mi ni por asomo una vaga sensación de remedo y de befa interna e intermolecular, un pitorreo autógeno de las partes de mi cuerpo resabidas y de las partes análogas de mi espíritu. "

Witold Gombrowicz. Ferdydurke.