martes, 23 de enero de 2007

IV

"El martes me desperté a esa hora lánguida y desalmada en que la noche de hecho se ha acabado, pero el alba todavía no ha apuntado del todo. Bruscamente despierto, quise correr en taxi a la estación, porque tenía la sensación de que debía emprender un viaje y, sólo al cabo de un minuto y a duras penas, me di cuenta de que ningún tren me esperaba en la estación y que no había llegado la hora de nada. Me quedé tumbado en medio de la luz turbia y mi cuerpo experimentó un miedo insufrible con el que oprimía el espíritu, el espíritu a su vez oprimía el cuerpo, y cada una de mis fibras más menudas se encogía por el temor de que no pasaría nada, no cambiaría nada, no ocurriría nunca nada e, hiciera lo que hiciera, no resultaría de ello nada en absoluto. Aquello era el temor a la no- existencia, el ansia de no- ser, la inquietud del no-vivir, el desasosiego de la irrealidad, un grito de todas mis células ante la escisión, la dispersión y la pulverización que se estaba produciendo en mis adentros. Era el terror a la futilidad y la pequeñez indecentes, el pavor ante la desconcentración, el pánico a la fracción, el miedo a la violencia que sentía dentro y a la que me amenazaba desde fuera. Y, lo que es aún más importante, durante todo aquel tiempo me acompañaba sin separarse de mi ni por asomo una vaga sensación de remedo y de befa interna e intermolecular, un pitorreo autógeno de las partes de mi cuerpo resabidas y de las partes análogas de mi espíritu. "

Witold Gombrowicz. Ferdydurke.

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